Ya es 31 de diciembre otra vez y ya se acaba este 2020. Ese año tan bonito, redondo y que a todos nos parecía mágico.
Y no, no voy a decir que no me alegre de que por fin se termine porque obviamente ha sido el año más raro de toda mi vida (como para casi todo el mundo, pandemia mundial mediante), pero también me ha dejado un montón de cosas buenas que quiero rescatar y con las que me quiero quedar. Me ha enseñado lo importante de las pequeñas cosas, de los reencuentros y del tiempo con las personas que queremos y, sobre todo, me ha enseñado a sentirme viva.
Enero pasó sin pena ni gloria, pero en febrero montamos el mejor cumple de Harry Potter que nadie pudiera imaginar.
Nos convertimos en Obi-Wan Kenobi y Leia en un carnaval a las puertas del confinamiento y celebramos el bautizo de mi paposo favorito.
Con marzo llegó el estado de alarma, los días en casa y el teletrabajo.
En abril, seguimos en casa, pasé mi primer año como madrina a través de videollamada y todos nuestros males se curaron con fiestas en la terraza y mojitos vecinales al atardecer.
En mayo recuperamos poco a poco la libertad, celebramos nuestra no boda y reímos como hacía años que no lo hacíamos.
En junio celebramos mi cumple, los 60 de mi padre y su jubilación en una superfiesta familiar donde no faltó detalle. Inauguramos temporada de piscina en Granda y celebramos el cumple de mi hermana, pool party incluida.
Julio siempre sabe a Santana y, aunque este año echamos de menos las orquestas, el barullo y el prau de la fiesta, la cita anual no faltó y lo celebramos como si fuera el último.
Agosto huele a mar, a días largos, a naturaleza y a camping. Volvimos a Peñarronda, en familia, donde siempre y como siempre.
En septiembre el peque de la familia cumplió 1 y también llegaron los 60 de mi madre, así que también lo celebramos como se merecía (otra cosa no, pero celebrar lo celebramos todo). Nos fuimos de minivacaciones por Asturias y aprovechamos para ver a la Santina. Y para cerrar el mes, tuve la mejor despedida de soltera del mundo mundial 🙂
En octubre, por fin, nos dimos el sí quiero, después de una serie de peripecias dignas de una película de terror y de pensar en más de una ocasión que teníamos el destino en contra.
Pero pudimos y, para compensar el estrés nos relajamos en nuestra luna de miel en Gran Canaria.
En noviembre, cierre perimetral mediante, aprovechamos a conocer Gijón e hicimos más rutas que nunca, el virus volvió con más fuerza y empecé mi nuevo trabajo.
Y diciembre llegó con sabor a navidades raras, a echar de menos, a no poder juntarse y a desear que este 2020 pase rápido, pero también nos trajo esperanza, alegría y magia (y eso nunca viene mal).
Al 2021 poco le pido, que podamos volver a disfrutar de las cosas que hacíamos antes, que esto de la nueva normalidad no nos gusta nada. Que podamos volver a viajar, a hacer planes, a pensar en futuros a medio plazo y, que a mi lado tenga a los de siempre, como siempre.
Que este 2021 que empieza nos traiga muchos momentos para estar juntos, a los que os tengo cerquita y a los que, estando lejos, os siento aquí.
Ciao 2020 y ¡que el fin del mundo nos pille bailando!